jueves, 4 de octubre de 2012


Un año del cepo cambiario

En octubre del 2011, a cinco días de la reelección de Cristina, los argentinos se enteraban de que la AFIP autorizaría cada compra de dólares. Fue sólo el principio. Un régimen altamente discrecional estranguló por completo la demanda. Y hoy tiene pocas chances de ser desmantelado.
Habían pasado apenas cinco días de las elecciones. Toda la semana, operativos ampulosos y quizás premonitorios habían colonizado la City con inspectores que olfateaban coleros y espantaban minoristas. Ese viernes, a sólo 10 años del corralito, se imponía todavía cierta incredulidad: el Gobierno iba por el dólar. A partir de lunes, la AFIP debería autorizar toda adquisición de divisas. “No se modifican los límites de compras vigentes. No tiene nada que ver con un control o restricciones, sólo son medidas para favorecer la transparencia contra el lavado del dinero”, insistía Amado Boudou hace ya casi un año, cuando comenzó a montarse este rompecabezas cambiario en el que quedamos atrapados: el cepo.
El objetivo fue domesticar la demanda. Quedaba claro a esa altura que el proceso de dolarización preventiva en el que se había embarcado el argentino tenía poco que ver con la incertidumbre pre-electoral y mucho con la intuición de que el atraso cambiario pronto obligaría a abandonar el parsimonioso deslizamiento del dólar, gran ancla inflacionaria del modelo.
En octubre, la fuga de capitales había llegado a u$s 3.500 millones y el Banco Central se había visto obligado a sacrificar casi u$s 1.800 millones de sus reservas. La demanda fue estrangulada en un proceso que a la vez la fue cargando de un contenido ideológico y estigmatizante. El dólar como deseo vergonzante. Impulso anti-modelo de una clase media destituyente.
Bloqueadas las salidas y cerrados los grifos, la fuga de capitales se desplomó. Según datos del BCRA, en los primeros seis meses de este año se ubicó en u$s 3.600 millones, un tercio de lo que había sido en la primera mitad del 2011. Pero no hubo blindaje para las reservas. Pese al cepo que debía apuntalarlas, caen unos u$s 1.300 millones este año. De hecho, desde el pago del Boden 2012 a inicios de agosto, casi no se mueven.
A la creciente dificultad para recomponer las arcas y la necesidad de cancelar créditos externos que en su momento habían servido para camuflar la sangría, se sumó un goteo manejable pero persistente en el sistema financiero que augura la muerte lenta de los dólares bancarios.
Así, las reservas volvieron a quedar a un paso de quebrar los u$s 45.000 millones, por debajo del nivel que ostentaban cuando Cristina inició su primer mandato (u$s 45.566 millones), luego de que Néstor las cuadriplicara.
En el proceso, el efecto recesivo del cepo se impuso a la versión oficial de un mundo que se nos había caído encima. Con una economía golpeada y pocos “brotes verdes”, la inflación no acusa recibo, sostenida por una emisión monetaria desbocada y apenas atemperada por el boom de pesos en los bolsillos que engendró el propio cepo.
Los argentinos, mientras tanto, volvieron a hablar de brecha cambiaria, un desdoblamiento desordenado que se fue convalidando sobre la marcha. Brecha que, dependiendo del manejo oficial de las trabas a las importaciones, amenaza con trasladarse también a precios y perturbar la expectativa resignada de una inflación del veintipico.
Cueveros y arbolitos prosperaron a la sombra de esa brecha de 35%, con su delivery de dólares paralelos, su credo de discreción y su culto al spread. El dólar oficial apenas apuró el paso, accesible sólo bajo la forma de viático mísero para el turista validado, que hoy también ve penalizados sus consumos con tarjeta.
Nadie espera un relajamiento de los controles este año, con la caída del saldo comercial típica de esta época y el pago del cupón PBI aún en el horizonte. Tampoco es esperable algún tipo de flexibilización en 2013 –sobre todo en lo que hace al atesoramiento de divisas– aún con menos vencimientos en dólares, una buena cosecha con precios sostenidos y Brasil de nuestro lado.
El cepo está por cumplir un año. Se juzgó preferible a los costos de un programa sensato e integral contra la inflación y el atraso cambiario. En todo caso, fueron doce meses de sobresaltos. En nada ayudó una instrumentación confusa, desarticulada y espasmódica que alimentó una sensación aguda de incertidumbre. Pero aquí estamos un año después. En la Argentina está prohibido ahorrar en dólares. Y un régimen altamente discrecional ha burocratizado y virtualmente bloqueado el acceso a divisas para el turismo. Escenarios extremos de avanzada sobre depósitos o vencimientos de bonos jamás se materializaron. Pero la confianza se forja, nunca se prescribe. En este cara a cara con el peso, los dólares-colchón todavía son consuelo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.