viernes, 12 de octubre de 2012


Mi campaña contra la lechuga hidropónica

En esta artículo, cinco razones de por qué no comer lechuga hidropónica. Se trata de una campaña personal, pero estoy segura de que cuando les explique mis argumentos serán muchos los que se sumen a esta iniciativa.
Porque no es orgánica. Porque no tiene gusto a nada. Porque le falta sol, tierra y agua libre de químicos. Porque una lollo rossa extra crespa está haciendo desaparecer a escarolas, francesas y costinas. Porque están cultivadas en un “laboratorio” y no por la mano y el esfuerzo del hombre.
Lo reconozco, se trata de una campaña personal, pero estoy segura de que cuando les explique mis argumentos serán muchos los que se sumen a esta iniciativa. Antes, partamos por lo básico, y que no es más que saber que una lechuga hidropónica es aquella que ha crecido con sus raíces sumergidas en agua, muy bien protegida por los techos de un albo invernadero y ha estado alimentándose de los minerales que químicamente le añade el “agricultor” al agua en que nada.
Al final del proceso, como es obvio, nos encontramos con una lechuga perfecta, sin ningún gramo de tierra que la contamine, ninguna chinita volando entre sus hojas, con la raíz completamente separada de cualquier animalillo indecente que, incluso, sus productores tienen la amabilidad de separar en la bolsa en la que son despachadas a supermercados y restaurantes. Más aún, nos encontramos con que cada lechuga es completamente igual a todas sus hermanas: 120 grs exactos, ni más ni menos.
Son la lechuga perfecta para los chef y las dueñas de casa. ¿Porqué? Muy simple, cero trabajo, es llegar y picar. Más aún si en la bolsa que las contienen está escrito a todo lo ancho: regada con agua de pozo. En resumen, una lechuga completamente aséptica. Estoy segura de que si la pusieran en un florero dentro de una sala de operaciones no pasaría nada.
Ni hablar de las empresas dedicadas a su cultivo. Ellos sí que están felices con este tipo de cultivo. Nada de heladas, nada de pulgones que controlar, nada de estar quitando la maleza a mano. Junto con poder producirlas a gran escala en cualquier lugar –puesto que no se requiere de un suelo agrícola apto- se olvidan por completo de azadones y botas de goma. Puestas las lechugas en el agua, sólo basta mirar el calendario y saber que en 30 o en 40 días exactos habrá cosecha.
Si creen que lo dicho hasta ahora sólo resalta las bondades de la hidroponía como cultivo…puede ser. Sin embargo, yo tengo mis motivos para no creer en ellas. Aquí van:
1. No tienen gusto a nada. Pueden estar muy limpias, pero sus hojas bien podrían ser reemplazadas por una de papel y nada cambiaría. Hagan la prueba, antes de aliñarla o prepararla corten un trozo de sus hojas, sentirán como se mueve de lado a lado sin dejarnos ningún recuerdo, ningún rastro, ningún sabor. Cero aporte.
2. Son químicamente puras. Para vender un alimento rotulado como orgánico, la ley chilena exige que un organismo certificador sea testigo de que esta lechuga, efectivamente, está libre de químicos. Lamentablemente la ley no opera en el sentido inverso, y nada le exige a una lechuga hidropónica sobre informar al consumidor la cantidad de químicos que sí tiene. Es verdad que las lechugas no se alimentan de tierra, sino de los minerales contenidos en ella que, disueltos en el agua del riego, llegan hasta ella a través de las raíces. Como en la hidroponía no hay tierra, estos minerales hay que agregarlos artificialmente y de manera química. Así que, solo nos queda confiar en el “buen criterio” de quien la cultivó y que al minuto de alimentarla lo hizo con las dosis correctas…. Pero, ¿qué pasa si el productor tenía un pedido grande de una cadena de supermercados y se vio obligado a “acelerar el proceso”?
3. Porque las cosas tienen su ciclo natural y cuando el hombre lo modifica demasiadas cosas pueden pasar. Salmones en el sur infectados, pollos con extra hormona, hortalizas con altas dosis de químicos. Alimentos envasados hechos a base de soya que a nivel mundial está ya modificada genéticamente. Sigo?? Una zanahoria y una papa deben crecer bajo tierra. Y una lechuga, debe hacerlo con su raíz enterrada recibiendo el aporte del viento de la zona, de los rayos de sol, del agua que la riega y creciendo junto a otras especies.
4. Porque nos han obligado a la uniformidad. Esas lechugas extra crespas verde limón o moradas adornan cada plato de ensalada que comemos en la casa del vecino, en la cesar salad de cualquier restaurante, en el toque de color de un pescado a la plancha…en fin. No hay lugar al que vaylamos que no nos pongan una de estas “preciosuras”. Y dónde quedó la gracia de una costina?, el sabor de una francesa, la turgencia de una escarola?, los toques picantes de una achicoria?
Así que, cuando vaya a un restaurant, lo único razonable que puede hacer es preguntar si la lechuga de su ensalada es hidropónica. Si la respuesta es afirmativa, entonces pida que se la cambien por espinaca, por acelga o simplemente deséchela. Estoy segura que si los super y restaurantes se quedan con las lechugas guardadas en sus estantes no pasará mucho tiempo hasta que empiecen a buscar la lechuga original. No más clones de laboratorio!!!
5. Porque están cultivadas en un “laboratorio” y no por la mano y el esfuerzo del hombre. Una lechuga hidropónica jamás escuchó la voz de nadie, jamás sus hojas fueron tocadas o limpiadas. En su proceso de crecimiento la ayuda humano fue siempre mínima. Y lo peor de todo, le está negada la reproducción. En un campo orgánico, siempre hay lechugas que pueden hacer crecer sus flores y desde ahí generar las semillas que le permitirán al hombre continuar con la especie. Una lechuga también tiene el derecho a sacar sus semillas. Algo tan simple y básico, en lo que ni siquiera reparamos, dejó de ocurrir en estas piscinas de cultivo gigantes. Una semilla, una lechuga y a otra cosa mariposa.

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